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PROFUNDIZANDO: LOS FARISEOS

Por Jonathan Pruitt, Ph. D., colaborador de Fundamentos de ICM

En los evangelios vemos que Jesús tenía más enfrentamientos con un grupo de personas que con cualquier otro: los fariseos. Hay muchos episodios dramáticos, y en una ocasión en particular, Jesús, frustrado con algunos de los fariseos, exclamó: «¡Hipócritas! ¡Serpientes! ¡Generación de víboras!» (paráfrasis de Mateo 23:29-33, NVI). Era evidente que Jesús tenía algunas objeciones contra los fariseos, ¿cuál era el problema en concreto?

¿Quiénes eran los fariseos?

Antes de hablar de la reprimenda de Jesús a los fariseos, veamos primero quiénes eran los fariseos en verdad. Si no leemos la Biblia con cuidado, es fácil tener la impresión de que todos los fariseos eran malos, todo el tiempo. Pero eso no es lo que la Biblia dice realmente. Algunos fariseos son retratados con una actitud neutral, como Simón el fariseo, quien invitó a Jesús a su casa y escuchó sus enseñanzas, aunque al principio malinterpretó la forma en que Jesús se dirigió a la mujer que irrumpió para lavarle los pies (cf. Lucas 7:36-50, NVI). Otros fariseos son retratados con una actitud positiva, como Nicodemo. Nicodemo era un fariseo que buscó a Jesús para hacerle preguntas y, evidentemente, terminó creyendo en Él (cf. Juan 19:39-42, NVI).

Los fariseos eran un grupo que comenzó por lo menos cien años antes de que naciera Jesús. Es probable que hayan comenzado con buenas intenciones. Querían ayudar a la gente a seguir la Ley de Dios. Estaban comprometidos con la verdad y la autoridad de todo el Antiguo Testamento, a diferencia de sus contrapartes, los saduceos. Jesús incluso estaba de acuerdo con los fariseos en algunas cosas como la resurrección y la existencia de vida más allá de la muerte. Para asegurarse de seguir la Ley de Dios, los fariseos también defendían firmemente la tradición oral de los rabinos (más tarde conocida como la Mishna). Esta tradición oral daba reglas adicionales que eran, al menos en teoría, más fáciles de seguir que la Ley. Por ejemplo, uno podía estar seguro de no estar quebrantando el día de reposo si guardaba todas las reglas detalladas de los fariseos sobre su observancia. Aparentemente eran populares entre el pueblo judío, ya que los fariseos podían ejercer gran influencia en el templo y en la comunidad, aunque los saduceos ocupaban la mayoría de los puestos de poder.

Es fácil para nosotros pensar en los fariseos como una caricatura, como un villano de dibujos animados que se retuerce el bigote. Podemos tener en mente una imagen de ellos como totalmente engreídos, presumidos y voluntariamente ciegos al estatus de Jesús como el verdadero Mesías. Esa imagen es cierta en cierto grado, pero también es una simplificación excesiva. No es así como la Biblia los retrata ni como nos los muestra la historia. Los fariseos eran personas reales, y como personas reales estaban mezclados.

Así que, lo más probable es que los fariseos hayan empezado con las buenas intenciones de guardar la Ley y honrar a Dios. Algunos de ellos, como Nicodemo, todavía tenían buenas intenciones. Pero algo parece haberse torcido seriamente para el momento en que Jesús se encuentra con ellos en los evangelios. ¿Cuál era el problema con los fariseos según Jesús?

El problema con los fariseos

El primer problema es que los fariseos con el tiempo olvidaron el sentido de la Ley de Dios. Ellos con toda sinceridad querían guardar la Ley de Dios, al menos al principio, y por eso hicieron más reglas para asegurarse de que la Ley de Dios no fuera quebrantada. Entonces, empezaron a pensar que sus propias reglas eran las reglas de Dios. Se sentían seguros y justos porque podían guardar las reglas que ellos inventaban.

Los fariseos hacían cumplir la Ley basándose en tecnicismos. Por ejemplo, argumentaban que si uno juraba por el altar del templo, entonces el juramento no significaba nada. Pero si juraba por la ofrenda en el altar, entonces contaba. Jesús, en cambio, dijo: «Cuando ustedes digan “sí”, que sea realmente sí; y, cuando digan “no”, que sea no» (Mateo 5:37, NVI). Se trataba de honrar a Dios diciendo la verdad. Jesús pensaba que las reglas farisaicas no tenían sentido y que habían perdido de vista el objetivo (Mateo 23:18, NVI). Se concentraban en las leyes que podían cumplir e ignoraban las que realmente importaban. Jesús dijo que eran hiperdiligentes para dar la décima parte de sus verduras, pero descuidaban la ley de la justicia, la misericordia y el perdón (Mateo 23:23, NVI). Eso les hacía pensar que no necesitaban realmente la ayuda o el perdón de Dios. Pensaban que ya habían hecho todo lo que Dios les había pedido.

Un segundo problema con los fariseos tiene que ver con su santurronería. Es fácil ver cómo alguien puede volverse gazmoño si realmente empieza a creer que está haciendo todo lo que Dios le dijo que hiciera. Si esa persona cree que Dios aprueba de todo corazón sus acciones, entonces ¿por qué no debería ser el juez sobre todos los demás? Los fariseos habían sustituido la Ley de Dios por la suya propia. Medían la rectitud, de ellos y la de los demás, por lo bien que se seguían sus reglas inventadas. Eso era algo que podían hacer por sí mismos sin la ayuda de Dios.

Aunque estas normas quizá fueron escritas con buenas intenciones, se convirtieron en una carga. Algunos fariseos hicieron que seguir la Ley de Dios equivaliera a cumplir con un sistema complejo y arbitrario de normas. El resultado fue que, según Jesús, los fariseos ataban cargas pesadas a todos los demás, pero se negaban a mover un dedo ellos mismos (Mateo 23:4, NVI). Estos fariseos eran justos delante de sus propios ojos porque cumplían sus propias reglas. Pero a los ojos de Dios, necesitaban gracia y perdón como todos los demás. Por lo tanto, cuando Jesús se encontró con los fariseos, se encontró con un grupo que pensaba que no necesitaban a Dios. Se habían convencido a sí mismos de que no necesitaban arrepentirse ni la gracia de Dios.

La solución de Jesús

Lo que Jesús enseñó se opone completamente al punto de vista de estos fariseos. A Dios no le importan los tecnicismos. Jesús dijo que toda la ley se puede resumir en dos mandamientos: ama a Dios y ama a tu prójimo como a ti mismo (Mateo 22:36-40, NVI).

Si somos sinceros, sabemos por experiencia propia dos cosas. Primero, que no hemos hecho lo que Dios manda. Segundo, no podemos hacer lo que Dios manda. Por lo tanto, necesitamos desesperadamente no solo el perdón de Dios, sino también su gracia para hacer lo correcto. Esto es lo que los fariseos no entendieron y es lo que molestó tanto a Jesús en sus enfrentamientos con ellos.

Podemos aprender de los errores de estos fariseos. Ciertamente, no debemos ser santurrones. Debemos reconocer nuestra profunda y constante necesidad del perdón de Dios y de su gracia. Pero también podemos ver que nuestras buenas intenciones no son suficientes. Es como si un padre le dijera a su hijo de cinco años: «Quiero que construyas una casa para nuestra familia». El padre sabe que su hijo no puede hacerlo solo. El padre quiere que el hijo le pida ayuda. Pero el hijo quiere sinceramente hacer lo que su padre le pide, así que construye una casa con bloques de juguete y decide que ha hecho lo que su padre le pidió. El hijo tiene buenas intenciones, pero no logró el objetivo. Él construyó algo que no era lo que se pidió, y lo hizo de manera equivocada. Para agradar a Dios, debemos hacer lo que nos pide de la forma en que nos lo pide, y para eso necesitamos Su ayuda.


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