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¿QUÉ TIENE UN NOMBRE? UNA TEOLOGÍA DE LA IDENTIDAD PERSONAL

Por Andrew Sargent, Ph. D., colaborador de Fundamentos de ICM

La identidad personal está en el centro mismo del debate cultural de nuestra sociedad. La pregunta importante es, ¿quién determina quién eres? La sociedad moderna responde enfáticamente que todos tienen derecho a la autodeterminación. A medida que los cristianos buscan responder a esta pregunta, una doctrina bíblica central se pasa por alto con frecuencia: la teología de los nombres. Al hacerlo, se cede un terreno significativo a las ideologías que no encuentran su fundamento en las Escrituras. Hoy, dediquemos un tiempo a pensar en el significado de los nombres en la Biblia...

¿Qué tiene un nombre? Esta es una de las líneas más famosas que nos transmitió Shakespeare. En cierto modo, es una gran y concisa expresión del dogma cultural prevaleciente de la autodeterminación. ¿Qué TIENE un nombre? Hoy, la respuesta probablemente iría más o menos así: un nombre no es más que una designación arbitraria dada por alguien que no entiende tu verdadera identidad. Volveremos sobre esto más adelante porque no es del todo incorrecto. Sin embargo, esta no es la forma en que las Escrituras usan los nombres. En la Biblia, los nombres tienen una cierta medida de significado y nos dicen algo acerca de la persona. Veamos tres maneras en que la Biblia nos ayuda a entender la identidad personal a través de poner nombres:

  1. Los nombres nos dicen quiénes somos y de dónde venimos.

  2. Los nombres nos dicen a quién pertenecemos.

  3. Los nombres no son nuestra verdadera identidad, después de todo.

Ahora, al mirar esta lista, podríamos ver algunas cosas que parecen demasiado simples, tal vez un poco opresivas e, incluso, un poco contradictorias. Tenme paciencia a medida que los explico. Espero que veas cómo todos se unen cohesivamente.

Los nombres nos dicen quiénes somos y de dónde venimos.

¿Por qué un nombre no es solo un designador arbitrario? Después de todo, tus padres, quienes eran jóvenes y estaban demasiado emocionados (y quizá abrumados) por la realidad de la paternidad, ¿no sacaron un nombre de manera aleatoria del éter y lo escribieron en una hoja de documentación hospitalaria? Bueno, quizá, pero no necesariamente. Es probable que dependa de dónde naciste. La sociedad occidental tiende a poner muy poco énfasis en el linaje familiar o la herencia al poner nombres. Pero, durante gran parte del mundo, y a lo largo de la mayor parte de la historia mundial, este no fue el caso. Considera cuántas genealogías encuentras en las Escrituras. Capítulos enteros están dedicados a rastrear linajes familiares. De hecho, el libro de Génesis se presenta como una genealogía de la familia de Abraham. Los nombres, especialmente los apellidos, te vinculan a esa historia.

Esto es particularmente cierto con respecto a los apellidos, los cuales no se eligen, sino que se heredan. Pero esto también es cierto para los nombres de pila, a veces más directamente que otros. Muchas familias nombran a los niños según sus antepasados, pero casi todas las familias usan nombres comunes dentro de su propia cultura. Incluso cuando los padres escogen un nombre que se encuentra por completo fuera de las convenciones normales para poner un nombre lo hacen por razones profundamente personales. Cada padre que le ha puesto un nombre a un niño entiende lo sagrado que es el deber de poner un nombre. Hay pocas decisiones que puedan competir en trascendencia con elegir el nombre de otra persona. Así que, a partir de esto podemos decir que los nombres nos dicen mucho acerca de quiénes somos, en especial con respecto a la historia de nuestra familia. Pero el rito de poner un nombre destaca otro aspecto importante de la identidad personal.

Los nombres nos dicen a quién pertenecemos.

¿Qué implica poner un nombre? ¿Por qué, exactamente, es tan significativo? La respuesta no siempre está en el nombre mismo, sino también en lo que representa el nombre. Consideremos algunos ejemplos bíblicos:

Jehová Dios formó, pues, de la tierra toda bestia del campo, y toda ave de los cielos, y las trajo a Adán para que viese cómo las había de llamar; y todo lo que Adán llamó a los animales vivientes, ese es su nombre.
— Génesis 2:19:

Inmediatamente después de que Dios creó a Adán y lo puso en el huerto, le dio el mandamiento de tomar dominio sobre toda la creación y sobre todo ser viviente. Lo que vemos en Génesis 2:19 es que Adán cumplió con el primer paso de ese dominio. Ahora bien, poner un nombre suele ser la responsabilidad de su creador. Cuando un artista termina su pintura, le da nombre.

Cuando los padres «crean» un niño, digamos, le ponen un nombre. De modo que cuando Dios le da a Adán el derecho de ponerle nombre a todos los seres vivientes, también le está dando a Adán el derecho y la responsabilidad de tener dominio. Esto implica cierta propiedad y autoridad sobre aquello a lo que se le puso nombre. Esa autoridad conlleva la responsabilidad de cuidarlo también. Adán se vuelve el administrador de aquello a lo que le puso nombre. Los padres entienden este tipo de administración de manera implícita con todos los derechos y responsabilidades que conlleva.

Considera algunos ejemplos que solidifican este concepto:

Y no se llamará más tu nombre Abram, sino que será tu nombre Abraham, porque te he puesto por padre de muchedumbre de gentes.
— Génesis 17:5
Y le dijo Dios: Tu nombre es Jacob; no se llamará más tu nombre Jacob, sino Israel será tu nombre; y llamó su nombre Israel.
— Génesis 35:10

Y un ejemplo final, pero poderoso, del Nuevo Testamento. Cuando Andrés lleva a su hermano Simón al encuentro de Jesucristo:

Y mirándole Jesús, dijo: Tú eres Simón, hijo de Jonás; tú serás llamado Cefas (que quiere decir, Pedro)
— Juan 1:42

¿Qué tienen estas situaciones en común? Cada uno de estos ritos de nombrar implica que Dios cambia la identidad de la persona nombrada. Dios le cambia el nombre a alguien en un momento significativo de su vida. Transforma a Abram en el padre de muchas naciones. Transforma a Jacob en Israel, patriarca de Su pueblo escogido. Y transforma a Simón en Pedro, la roca a través de la que Él edificaría la iglesia. En cada caso, como en el de Adán, poner un nombre, o cambiar el nombre, implica tomar propiedad. Dios está estableciendo su dominio en la vida de Abraham, Israel y Pedro. Pero Dios también está prometiendo hacer grandes cosas a través de ellos. Con cada uno de estos nombres, Dios se hace responsable por la obra que vendría a través de ellos.

Así pues, si bien la mamá de Abraham le puso Abram, Dios establece una identidad superior por medio de una relación superior. Lo extraordinario es cuando nos damos cuenta de lo que Dios tiene que decir acerca de nuestra verdadera identidad.

Los nombres no son nuestra verdadera identidad, después de todo.

Si bien los nombres nos dicen quiénes somos, de dónde provenimos y a quién pertenecemos, el nombre que nos dieron nuestros padres no es nuestra identidad final. Eso, solo lo sabe Dios. Escucha lo que dice Jesucristo:

Al que venciere [...] le daré una piedrecita blanca, y en la piedrecita escrito un nombre nuevo, el cual ninguno conoce sino aquel que lo recibe
— Apocalipsis 2:17

Jesucristo te conoce mejor que nadie; mejor que tus padres, mejor incluso de lo que te conoces a ti mismo. Él tiene un nombre reservado para ti que solo Él conoce porque, en última instancia, le perteneces a Él si tu identidad está ligada a Él.

Entonces, mientras piensas en el concepto de identidad personal, pregúntate quién tiene el derecho de ponerte un nombre. La sociedad pregunta: «¿Qué tiene un nombre?», y declara que eres libre de autodeterminarte, de nombrarte como quieras. En esta visión del mundo, tú eres quien dices ser, y eso es todo lo que importa. Pero en las Escrituras, vemos lo contrario: eres quién Dios dice que eres, y, en última instancia, eso es todo lo que importa.

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Michelle Cruz