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AQUÍ VIENE EL RECAUDADOR DE IMPUESTOS: ¿POR QUÉ LOS JUDÍOS ODIABAN A LOS RECAUDADORES DE IMPUESTOS EN LA BIBLIA?

Por Andrew Sargent, Ph. D.,colaborador de Fundamentos de ICM

Si tuviéramos que nominar a un grupo como «las personas más odiadas en la Escritura» los recaudadores de impuestos quizá serían los primeros en los que pensaríamos. De hecho, los recaudadores de impuestos son señalados con menosprecio de manera directa o indirecta más de 30 veces en los Evangelios.

En las sociedades democráticas, el recaudador de impuestos lleva a cabo un papel importante, aunque molesto, para sostener el sistema, y, a fin de cuentas, representa un beneficio para la ciudadanía. Sin embargo, en los Evangelios, el recaudador de impuestos es un asunto completamente diferente, y el odio de los judíos hacia ellos es palpable. Por lo tanto, la gente no reaccionó bien cuando Jesucristo los recibió como sus seguidores una vez que se arrepintieron ni cuando, incluso, convirtió a uno de ellos en su discípulo cercano.

La pregunta

Entonces la pregunta natural sería: «¿Por qué los judíos de la época de los Evangelios sentían un odio tan profundo contra los recaudadores de impuestos?».

La respuesta a esta pregunta requiere que repasemos un poco de historia. Así que, tenme paciencia mientras te cuento una historia. Los recaudadores de impuestos no aparecen, sino hasta el final, pero cuando lo hagan es probable que los odies tanto como los judíos de entonces.

La respuesta histórica

La autopercepción judía de la época de Jesús está ligada muy de cerca con la pérdida de los días de gloria de los reyes davídicos, así como con siglos de lucha bajo gobiernos extranjeros después de haber sido exiliados.

David mismo establece una sociedad tan libre como uno podría esperar en el mundo antiguo. Es como una república protoconstitucional. El pueblo hace un pacto con la casa de David para que sean sus reyes. A los hijos de David se les toma juramento para gobernar conforme a la Torá y los principios del liderazgo pastoral, y eran considerados como iguales al pueblo en lo espiritual. Dada la naturaleza corruptora del poder, esto no siempre funcionó bien, pero entre el Éxodo y el Exilio, por lo menos fueron gobernados por sus hermanos, y no por extranjeros. A lo largo de estos años, son alimentados espiritualmente, por medio de los profetas, con las promesas del restablecimiento del reinado davídico, cuando el Mesías restaurare todas las cosas a su debido orden. 

Después de estar en el exilio, a los judíos se les permite regresar a su patria, pero permanecen bajo control extranjero. Son pateados como balón de futbol durante varios siglos entre diferentes constructores de imperios en pugna. La vida no era tan terrible cuando estos gobernantes extranjeros dejaban que los judíos se las arreglaran solos a cambio de un tributo recolectado por medio de impuestos.

Sin embargo, durante los días de Antíoco Epífanes las cosas toman un rumbo terrible. Antíoco odiaba a los judíos y estaba decidido a aplastarlos a través de diversos medios. Sedujo a los jóvenes judíos para que se pasaran al lado oscuro de la vida helenística. También prohibió la Torá, interfería con las prácticas religiosas judías y contaminó sus sitios sagrados.

Los judíos resisten con fuerza a Antíoco, y ganan su libertad. Por primera vez desde el Exilio viven bajo sus propios gobernantes, quienes eran parte de su pueblo. Este no es un reinado mesiánico davídico, pero a los judíos les parece un paso importante en esa dirección. Piensan que cuando apareciera el Mesías, seguramente sus gobernantes judíos le entregarían el poder.

No debería sorprendernos que las luchas de poder judías se complicaran, y unos 60 años antes del nacimiento de Jesús, la libertad judía duramente ganada se perdió a manos de Roma. Los judíos se encuentran una vez más bajo dominio extranjero. Roma comienza a trabajar con el liderazgo judío existente, pero el nivel de control e interferencia romana crece constantemente a medida que pasan las décadas.

Herodes el Grande, un representante romano pseudojudío, demuestra ser despótico de una manera psicótica. Tras su conmemorada muerte, Roma divide el poder entre los herederos sobrevivientes de Herodes y, finalmente, nombra prefectos puramente romanos sobre varias partes del antiguo territorio davídico. Los sueños de que llegue el Mesías nunca parecen menos probables, y son, por esa misma razón, más pronunciados. Si alguna vez el pueblo judío necesitaba que Yahvéh cumpliera sus promesas mesiánicas, era entonces.

Aquí viene el recaudador de impuestos

Entonces, ¿qué tenemos? Tenemos a un pueblo alimentado con niveles sin precedentes de libertad, criado con grandes esperanzas mesiánicas de un reino pacífico, formado a la gran luz de la Torá, el cual desciende a la locura del dominio pagano durante siglos. Han sufrido abuso e intimidación, han sido atormentados, torturados y asesinados. Diariamente se les impide ser como ellos creen que Dios los ha llamado, y la opresión pesa mucho sobre ellos.

Y empeora. Los impuestos bajo el Imperio romano son complicados y estratificados. Unas empresas compran la concesión para recaudar los impuestos en algunas regiones, con lo que le garantizan a Roma cierto ingreso en sus arcas, y reciben a cambio la libertad de meter mano en los bolsillos de la gente. Es un sistema completamente corrupto, engrasado y protegido con sobornos. Los hombres más bajos son asignados al peldaño inferior para hacer el trabajo más sucio: la confiscación real de los fondos. Estos son hombres que se complacen, especialmente, en ejercer poder sobre los demás y en aprovechar cada ventaja que tienen sobre ellos al máximo.

Hay impuestos de la corona, sobre el ingreso, prediales, sobre los productos agrícolas, para el franqueo de puentes, para utilizar las carreteras, portuarios, a las importaciones, a las exportaciones, municipales y especiales sobre ciertos bienes, algunos tan altos como 12.5%. Cualquier intento de trasladar bienes al mercado implica un acoso constante. A la primera indicación del recaudador de impuestos, los agricultores tenían que descargar sus mercancías, permitir que las inspeccionara, valuara y gravara a su discreción.

La gente común siempre era vulnerable a las acusaciones falsas, y las sanciones por falta de pago a los agricultores con poca liquidez podían ser extremas. La parábola de Jesús en Mateo 18:21-34 expresa la verdad cuando dice: «... como no pudo pagar, ordenó su señor venderle, y a su mujer e hijos, y todo lo que tenía, para que se le pagase la deuda», y encontramos: «... asiendo de él, le ahogaba [...] y le echó en la cárcel, hasta que pagase la deuda».

Se pone peor aún. Muchos judíos se aliaron con los opresores. La persona judía común podría no ser capaz de decir mucho sobre sus líderes cuyo poder y riqueza dependían en gran medida del continuo apoyo romano a su liderazgo, pero había disponible otra clase de traidor sobre el cual descargar su ira: el recaudador de impuestos judío. Eran el rostro codicioso, presumido, lleno de desdén y burla de la opresión romana dibujado en sus hermanos judíos, quienes, si no fuera por haber abandonado la fe en las promesas de Dios, habrían sido sus compañeros de milicia. Eran clasificados con los asesinos y los pecadores más asquerosos.

Buenas y malas noticias

Es simplemente demasiado para soportar. En la compleja experiencia de esta traición, la frustración se desborda. Es importante, al leer los Evangelios, que sintamos su profundidad. Debemos conocer sus crímenes, y mirar de manera intencional con las multitudes y los fariseos cómo Jesús le dice a uno de los jefes de estos hombres malvados: «Zaqueo, date prisa, desciende, porque hoy es necesario que pose yo en tu casa», y luego: «Hoy ha venido la salvación a esta casa; por cuanto él también es hijo de Abraham» (Lucas 19:5-9). Debemos sentir lo que fue para la gente mirar que estos traidores vinieran a Jesús como hijos pródigos engordados con la riqueza robada de sus hermanos, y ver al Maestro aceptando su arrepentimiento y regocijándose, como Él afirmó, con los ángeles.

Debería afectarnos profundamente. El perdón de Jesús no disminuye sus crímenes, sino que exalta la gracia y la misericordia de Dios. De hecho, ninguna clase de pecador está más allá del alcance de la convicción del Espíritu Santo o del perdón del Padre.

Y esas son buenas noticias para ti y para mí, que soy el primero de los pecadores.

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