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¿PODEMOS CONFIAR EN LA BIBLIA?

Autor: Andrew Sargent, Ph. D., autor colaborador para Fundamentos de ICM

¿Es la Biblia confiable?

Una de las preguntas que más me hacen sobre la Biblia tiene que ver con algún elemento de su confiabilidad: «¿Podemos confiar en la Biblia?».

De hecho, me pidieron que hablara en una conferencia de filosofía hace muchos años, en la que mi pregunta para la noche era: «¿Es la Biblia confiable?». En las semanas previas al evento, le pedí al moderador algunos detalles más sobre lo que quería decir con confiable, que me delimitara «¿confiable para qué?». Se rio y me dijo que lo llevara a donde me sintiera inclinado.

Estaba menos que complacido cuando abrí la parte de disertación de mi discusión con una lista de cosas que, para lograrlas, podíamos confiar absolutamente en la Biblia. Por ejemplo, tu Biblia sostendrá una de las esquinas de tu sofá si se le rompe una pata. Quizá es un sacrilegio, pero funcionará. Tengo un amigo que una vez usó una Biblia para defendernos de una pandilla callejera que intentaba robarnos. Fue eficiente. De hecho, una buena Biblia incluso detendrá la mayoría de las balas... suponiendo que no sea una digital en tu teléfono inteligente.

¿Qué no esperar de la Biblia?

Seguí con una lista de cosas que no debemos esperar de la Biblia. No podemos esperar que toda la Escritura sea fácil de entender o que le entregará todos sus secretos al observador casual. No podemos esperar que la Biblia refleje nuestras sensibilidades culturales o personales, o que use todas nuestras categorías para entender el mundo. La Escritura no es un texto matemático ni una enciclopedia ni un diccionario ni una historia exhaustiva del mundo escrita siguiendo los estándares modernos de lo que constituye y no constituye historia. No es un manual de psicología, filosofía, economía, ni un libro de texto sobre biología, arqueología, lingüística, física, química, antropología o medicina.

Esto no convierte su texto en balbuceos primitivos ni permite insistir en que la Biblia es totalmente inútil cuando se discuten estos asuntos, pero sí significa que la orientación de los autores hacia el mundo, su vocabulario y categorías no reflejan los nuestros. Significa que la intención de los escritores no es satisfacer las mentes inquisitivas, sino impartir un cuerpo específico de entendimiento y sabiduría al estudiante diligente.

La cosmología de las Escrituras

Si bien categorizamos el mundo animal en mamíferos, peces, anfibios, reptiles, aves y similares, es perfectamente aceptable que los escritores inspirados presenten un mundo organizado en torno a diferentes categorías como nada, se arrastra o vuela. En tal caso, la ballena puede ser llamada un gran pez y el murciélago puede ser clasificado con las aves. Mi incapacidad para confiar en que la Escritura organiza la realidad como lo hace mi mente moderna NO es un testimonio de su fragilidad, sino de la importante distinción entre sabiduría y conocimiento.

La cosmología de las Escrituras, por ejemplo, la visión de la estructura y la naturaleza del mundo, tiene la desventaja de estar casi completamente presentada en forma de poesía, lo cual hace que sus creencias sobre las fuerzas materiales del mundo sean difíciles de discernir con precisión. Por ejemplo, es claro a partir de los textos históricos escritos en prosa (habla normal) que los antiguos entendían muy bien que la lluvia provenía de las nubes y que las nubes estaban hechas de agua, pero eso no impide que sus profetas registren el desafío poético de Dios para Job y sus amigos cuando dice:

Del mismo modo, los marineros han sabido durante siglos que la Tierra es redonda, ya que presenciaban en el mar como los cascos de los barcos desaparecían en el horizonte antes que sus velas, exponiendo la curvatura a la vista. De hecho, el matemático griego Eratóstenes descubrió la circunferencia de la Tierra con un palo y una sombra casi tres siglos antes de que Jesucristo caminara por las orillas del Mediterráneo.

Hay una gran diferencia entre lo que la arrogancia de las almas modernas imagina acerca de la ignorancia del pasado y lo que los antiguos realmente sabían. Podemos confiar en las Escrituras para que nos presenten la sabiduría divina de los siglos en una envoltura antigua si somos lo suficientemente sabios como para esforzarnos en abrirnos camino hacia ella. La arrogancia nos saboteará.

¿Es la Escritura un libro de ciencia?

Terminemos con una más. No podemos confiar en que la Escritura sea un libro de ciencia. El método científico se articuló milenios después de que se escribieron, incluso, los libros más recientes de las Escrituras. Nuestra forma particular de pensar sobre el mundo y de hablar acerca de él como lectores con una mentalidad científica (sin importar lo mal que lo hagamos) no encontrará un reflejo en la Biblia. Esto no hace que la Escritura sea poco confiable o que esté equivocada, sino que describe los tipos de discusiones que podemos y no podemos tener con el texto bíblico.

Por ejemplo: la historia de la Creación de la Escritura, que en verdad se extiende desde Génesis 1 hasta Génesis 11, no está interesada en nuestras curiosidades ontológicas modernas sobre el origen del mundo material. La historia de la Creación bíblica está más interesada en la ontología funcional que en la ontología material. La Escritura no nos habla del origen de todas las cosas, sino que comienza su historia con un mundo material existente, desprovisto de forma como estaba; pero sí nos habla de la naturaleza del orden divino en la creación a través de la manera en que Dios toma ese material y lo convierte en un mundo funcional.

Queremos saber «cuándo» y «cómo», pero el autor de Génesis quiere hablar sobre «Quién», «por qué» y «qué». ¿Quién hizo el mundo? ¿Para qué hizo que fuera el mundo? ¿Por qué hizo el mundo? ¿Cómo hizo que funcionara? La pregunta principal se convierte entonces en una pregunta de sabiduría: ¿cómo puedo funcionar mejor en el mundo que hizo Yahweh y que el hombre ha influenciado? Ese es el campo de competencia de la Biblia.

La verdad de la Biblia y nuestro Santo Creador.

Las descripciones inspiradas de la Creación se hacen dentro de los límites del interés del escritor inspirado, quien está tratando con las realidades de un mundo ahogado en paganismo. Por lo tanto, no puedo confiar en él para deslumbrarme con una respuesta científicamente definitiva a las preguntas de «cuándo» y «cómo», pero PUEDO confiar en que el escritor profético me diga la verdad sobre la vida ante el único Santo Creador de todo. Puedo confiar en él para que me diga la verdad sobre el problema fundamental de los sistemas del mundo. Puedo confiar en que la Biblia dirá la verdad acerca de la esperanza que tenemos para la redención y restauración en el plan de salvación de ese Santo Creador.

Esto no significa que los escritores inspirados hayan sido unos zopencos ignorantes en todos los asuntos que consideraríamos científicos. Vivieron y prosperaron en su mundo mucho mejor que la mayoría de nosotros podríamos hacerlo si mágicamente fuéramos transportados allá. Es cierto que entendemos muchas cosas que ellos no entendían. Sabemos lo lejos que está la luna de la Tierra. Conocemos el aspecto del fondo del océano. Incluso conocemos la velocidad de vuelo de una golondrina sin carga. Pero no sabemos muchas cosas que ellos entendían intuitivamente y que aprendieron por vivir experiencias muy diferentes a las nuestras.

Me recuerda la frase de remate del majestuoso poema de Job 28, el cual, después de detallar todos los logros entonces modernos del hombre, hace la pregunta más significativa. Encontramos jactancias como las de los versículos 3 y 4, que dicen: A las tinieblas ponen término, / Y examinan todo a la perfección, Las piedras que hay en oscuridad y en sombra de muerte. Abren minas lejos de lo habitado, / En lugares olvidados, donde el pie no pasa». Pero el poeta se vuelve a la respuesta importante en los versículos 12 y 13: «Mas ¿dónde se hallará la sabiduría? ¿Dónde está el lugar de la inteligencia? No conoce su valor el hombre, / Ni se halla en la tierra de los vivientes».

¿Podemos confiar en la Biblia?

Podemos poner un astronauta en la luna, pero vivir pacíficamente con nuestro prójimo a menudo está más allá de nosotros. Podemos mapear el genoma humano, pero no sabemos cómo cultivar la verdad y la integridad. Podemos presumir legítimamente de lo primero, pero es la Escritura lo que nos guiará en el dominio de lo segundo.

A medida que continuamos desentrañando la pregunta: «¿Podemos confiar en la Biblia?», escapemos de los enfoques ingenuos hacia las Escrituras que les son comunes a los lectores modernos que no han aprendido a pensar razonable o sabiamente sobre sus propias preguntas y expectativas. En cambio, expresemos con exactitud lo que queremos decir (y lo que no queremos decir) cuando preguntamos: «¿Podemos confiar en la Biblia?», y continuemos la investigación en próximas publicaciones.

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