Dios es espíritu, y Él nos creó a su imagen y semejanza; por lo tanto, somos primeramente espíritu, aunque también alma y cuerpo.

Cuando Eva tomó el fruto prohibido para comerlo, buscaba satisfacer un deseo físico. Pero el hombre no puede vivir únicamente para satisfacer las necesidades del cuerpo. En Mateo 4:4 Jesús dice:

Al entrar el pecado en el mundo, el hombre se desprendió del espíritu de Dios; hubo una ruptura y una muerte espiritual. Sin embargo, hasta el día de hoy, el Señor busca al hombre para reestablecer esa unión y tener una amistad, comunión e intimidad. Esta es la razón por la cual fue enviado Jesucristo, la imagen de Dios en la tierra.

Gracias a su sacrificio en la cruz, tenemos la oportunidad de un nuevo comienzo; algo que Jesús llama “nacer de nuevo” en la historia que encontramos en Juan 3:1-15.

Al nacer de nuevo, podemos recibir paz que sobrepasa todo entendimiento humano, poder para vencer la tentación, protección contra las trampas del enemigo y la capcidad para vivir una vida victoriosa. Al nacer de nuevo, Dios vuelve a soplar aliento de vida a nuestro espíritu, otorgándonos vida eterna.

Hoy podemos volver a caminar con nuestro Padre Celestial, a través del Espíritu Santo:

Aunque las necesidades físicas son muy importantes, nuestro espíritu también necesita ser alimentado del pan de vida que descendió del cielo; ese es el alimento verdadero que nos da vida eterna.

“Trabajad, no por la comida que perece, sino por la comida que a vida eterna permanece, la cual el Hijo del Hombre os dará; porque a éste señaló Dios el Padre.” Juan 6:27

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