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EL HOMBRE RICO, EL HOMBRE POBRE, EL MENDIGO Y EL LADRÓN.

Por Rachel Kidd

En Lucas, Jesucristo nos describe su ministerio y su propósito en un manifiesto o evangelio. Su mensaje es claro: proclama sanidad y libertad a las personas que están lastimadas y esclavizadas. Su proclamación, prueba y práctica de este evangelio son evidentes a lo largo del libro de Lucas. Jesús está constantemente reclutando seguidores, desafiando a apóstoles como Pedro a unirse a Él en su evangelio.

En Lucas 16, Jesús continúa su mensaje del evangelio contando dos parábolas sobre hombres ricos. Ambas parábolas deben verse en el contexto de las parábolas de las cosas perdidas del capítulo 15 que Jesús enseñó. Jesús les dirigió estas dos parábolas a Sus discípulos, pero obviamente también pensó estas dos historias para los fariseos.

La primera parábola, conocida como «Parábola del mayordomo infiel», a menudo se malinterpreta como si se estuviera respaldando a un malversador, pero en realidad la parábola es la historia de un mayordomo o gerente. La mayordomía en el contexto del Nuevo Testamento contrasta con el diezmo del Antiguo Testamento. En lugar de darle al Señor el diez por ciento de lo que tienes o de «darle Su parte», todo lo que somos y todo lo que tenemos le pertenece a Él. Esto lleva a la pregunta, ¿cómo estamos administrando lo que Dios nos ha dado? No solo nuestras finanzas, sino nuestro tiempo, energía y talentos.

En esta parábola, el gerente o mayordomo está administrando mal el dinero de un hombre rico. Por temor a ser atrapado y a, finalmente, perder su trabajo y el acceso al dinero de su amo, toma una decisión astuta para beneficiarse en el futuro. Negocia con otros que tienen deudas con su empleador, esencialmente pidiéndoles que paguen cantidades parciales en ese momento para que él las marque como pagadas en su totalidad. Se aseguró de que una vez que se descubrieran sus pecados, tuviera amigos que lo recibieran y lo apoyaran. Cuando es atrapado, su empleador, el hombre rico, lo elogia por ser tan calculador y consciente de su futuro. Aunque es despedido, el empleador reconoce el esfuerzo que el mayordomo demostró al planificar con anticipación. 

Jesús nos dice que seamos como ese mayordomo. No en su deshonestidad, sino en su astucia. En segundo lugar, si se toma literalmente, podríamos entender que todo lo que tenemos ahora no es nuestro, sino que Dios lo pone a nuestro cuidado. Así como el mayordomo sabía que podría ser despedido, debemos darnos cuenta de que nuestro tiempo en la Tierra es finito. Un día todos moriremos y enfrentaremos las cuentas de nuestra mayordomía. ¿Cómo debería impactar esta comprensión en la forma en que cuidamos todo en nuestra mayordomía? Al igual que el mayordomo, debemos estar conscientes de nuestra inevitable muerte o despido del trabajo. No podemos llevarnos los bienes y posesiones terrenales cuando morimos. En cambio, estamos llamados a ser generosos con nuestro tiempo, dinero y talentos. Somos llamados a ser buenos mayordomos que están agradecidos por lo que se les ha dado y a dar libremente a los demás lo que es de Dios. Los buenos mayordomos son astutos en beneficio de sí mismos y de los demás.

Cuando entres al Reino de los cielos, ¿no quisieras ser recibido con los brazos abiertos por personas que están agradecidas por tu generosidad? Al vivir generosamente en esta vida, estamos comprando acciones en el cielo y planeando un futuro eterno. Sé que trato de ser consciente de lo que comparto con los demás. El voluntariado, compartir lo que tengo con amigos y familiares, y donar a causas que me importan son todas formas en que demuestro una mayordomía fiel. Debido a que Jesús nos llama a ir más allá del diezmo, ve más allá del diez por ciento. Nos pide que demos todo lo que somos y todo lo que tenemos a Su evangelio.

La segunda historia, «El rico y Lázaro», es una declaración muy negativa sobre un hombre que era absolutamente lo opuesto a los compañeros que Jesús estaba reclutando. Vemos la yuxtaposición de un hombre rico, que vive cómodamente en una mansión y duerme en sábanas de seda, y Lázaro que duerme en la calle en harapos fuera de las puertas. Ambos hombres mueren, como todos los hombres mueren, independientemente de su estatus o autoridad. El rico es enterrado con gran pompa y circunstancia. Lázaro ni siquiera es enterrado, su cuerpo es recogido por los trabajadores de saneamiento y arrojado al gran montón de basura: la gehena.

La gehena rodeaba la ciudad de Jerusalén: una pila de cenizas y basura en descomposición que ardía perpetuamente. Una vez un sitio para el sacrificio de niños y maldecido por el profeta Jeremías, el valle se convirtió en un vertedero para los desechos de la ciudad. Supuraba como una llaga con un flujo, rancio y vil. En la cultura judía, se asoció con el castigo eterno siendo la gehena traducida como infierno en las versiones en español de la Biblia. Fue en este muladar que el cuerpo de Lázaro fue arrojado con poca consideración.

Y, no obstante, en el más allá, vemos a Lázaro en las delicias del resplandor del cielo. Está resguardado en el seno de Abraham y en íntima comunión con los santos. El rico, sin embargo, está en el infierno. Está siendo atormentado y sufre en las profundidades del infierno. Hay un gran abismo, una sima irrevocablemente amplia entre los dos. El rico ruega que se le coloque una gota de agua en la lengua, un pequeño acto de misericordia de parte de Lázaro. Se le dice que es imposible, que la sima entre ellos es fija e infranqueable. El rico entonces se preocupa por sus hermanos que aún vivían, pero se le recuerda que ni siquiera alguien resucitado de entre los muertos puede salvarlos, ya que ellos ya optaron por ignorar a Moisés y a los profetas. El hombre rico entonces está condenado a recordar su vida por la eternidad, pensando en las decisiones que tomó y que lo condenaron al infierno. 

Esta parábola se usa a menudo para justificar la predicación de fuego y azufre, pero creo que se pierde la raíz de los pasajes. Jesús nos está instando a cuidar de personas como Lázaro en vida, a mostrar verdadera compasión por los que sufren. Nos desafía a ser colaboradores en Su evangelio, a amar a los ciegos, a los cautivos y a los quebrantados que Él vino a salvar. No estamos llamados a vivir aislados, sentados en lo alto y poderosos en torres de marfil. Estamos llamados a sentarnos con las personas sin hogar, las madres adolescentes, los drogadictos y los inquilinos de vivienda pública, y no solo con otros semejantes a nosotros los domingos en trajes planchados y bolsos de diseñador. Hemos sido llamados a entrar en comunidad con los demás y a amarlos como Jesús nos ama.


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